LA NECESARIA FORMACIÓN CONTINUA EN EL SECTOR DE INFANCIA Y ADOLESCENCIA
Josep Sanz. Somllar. Vocalía de Formación
Todos los sectores profesionales o áreas de actividad han de adaptarse en cada momento histórico a los cambios sociales, culturales y/o tecnológicos. Nuestro sector, el de la protección de la infancia, adolescencia y juventud no es ajeno a esta necesidad. La formación permanente del colectivo de profesionales de nuestro sector es inexcusable para ejercer de forma competente la misión que tenemos encomendada. La responsabilidad de llevar a cabo este cometido de renovación y actualización ha de ser necesariamente compartida y compete tanto a la propia Administración que es la garante última de velar por una atención adecuada y competente del colectivo que atendemos, como al ámbito académico universitario, colegios profesionales y a nuestras propias entidades.
Desde mi punto de vista, la formación y actualización permanente de los equipos profesionales de nuestro sector debe atender tres dimensiones interconectadas: diagnóstico de la realidad y del contexto, modelos y estrategias de intervención socioeducativa; y evaluación de políticas, programas y actividades. La primera de ellas se refiere a la necesidad de aprender a realizar un buen DIAGNÓSTICO de la realidad y contexto en el que atendemos a colectivos vulnerables. Nuestro trabajo se da en un contexto globalizado que, además, plantea objetivos desde una agenda internacional 2030 que urge aplicar y que nos compete a tod@s. Los Estados sociales y democráticos, aunque de forma imperfecta, se rigen por principios de igualdad y de justicia social donde las políticas redistributivas deben ocupar un lugar importante. Sin embargo, no es menos evidente la presión que el mercado y los valores mercantiles imprimen tanto a las políticas públicas como, me atrevo a decir, a todos los órdenes de la vida. Por otra parte, sin ánimo de ser exhaustivo ya que sólo se trata de ejemplificar la importancia de aprender a realizar diagnóstico ajustados y plausibles, considero que en estos tiempos que nos ha tocado vivir ya no es posible entender nuestro contexto y marco de actuación sin tener en cuenta el gran impacto que el desarrollo tecnológico está teniendo en la sociedad. Vivimos tiempos de una intensa exposición a internet y las redes sociales. Gran parte de la construcción de la identidad y la subjetividad de la niñez, la infancia y la juventud (y me atrevería a decir también de la madurez) está pasando a través de las pantallas y redes. Los contenidos y mensajes que se vehiculan a través de estos medios compiten en atractivo, intensidad y eficacia con los esfuerzos de otros agentes y agencias educativos.
Aprender a realizar un buen diagnóstico del contexto es clave para que también podamos acertar en la renovación y actualización de nuestros modelos y estrategias de INTERVENCIÓN educativa. Como apuntábamos anteriormente, las nuevas generaciones nos plantean nuevos retos educativos. Asistimos, en estos tiempos de la prisa y lo inmediato, a conductas tempranas de sexualización, ludopatías o adicciones (sustancias, tecnología…), en gran parte mediadas por internet y las redes sociales, que debemos aprender a abordar con nuevas estrategias educativas. Y debemos hacerlo en un marco de intervención presidido por los derechos y el bien superior de la infancia, entre los cuales considero que el fomento de la participación infantil ha de ocupar un lugar destacado no sólo como derecho sino como un aprendizaje del ejercicio de ciudadanía.
Tras el diagnóstico y la intervención sólo me queda reivindicar la importancia de la EVALUACIÓN de políticas, programas y actividades como una de las dimensiones más olvidadas de nuestro sistema social (aunque no sólo de éste). Las sociedades, agencias, instituciones que no evalúan sus políticas, actividades y programas no aprenden y, por lo tanto, están condenadas a repetir los mismos errores una y otra vez. Falta voluntad política, medios y formación para que esta lógica de la evaluación y de rendición de cuentas vaya permeando en nuestro sistema social. Esta debe ser una tarea colectiva, un empeño que dé voz a los colectivos usuarios, entidades y profesionales del sector, administración pública y también al resto de agencias con las que colaboramos en la tarea común de la mejora continua. Asumir y adoptar una cultura de la evaluación implica también formación y aprendizajes específicos para que todas las partes podamos participar de forma democrática, profesional y eficaz. Sólo así seremos capaces de mantener un sistema de protección social actualizado, ágil y adaptado a las necesidades de cada momento.